Guerrilha denuncia que deputada Clara Rojas não tem direito de se apresentar como vítima
Por Natasha Pitts
No contexto dos Diálogos de Paz, no
qual as Forças Armadas Revolucionárias da Colômbia (Farc) e o
governo colombiano estão tratando do tema das vítimas do conflito,
a guerrilha divulgou um relato inédito de Diana - uma de suas
integrantes - sobre a história da dirigente política, atualmente
deputada direitista, Clara Rojas (Partido Liberal). No relato, a
guerrilheira explicita que Clara não tem o direito de se apresentar
como uma vítima das Farc. Diante das críticas vorazes disparadas
após a divulgação do depoimento da guerrilheira, as Farc, por meio
de comunicado, reafirmou o direito de Diana de narrar suas vivências
na selva, tal como fez a deputada ao escrever sua biografia.
A história de Clara Rojas com a
guerrilha teve início com o sequestro de Ingrid Betancourt, em
fevereiro de 2002. As Farc já haviam avisado aos políticos em
campanha presidencial que não arriscassem ir para a antiga zona de
distensão em San Vicente del Caguán, mas Ingrid teria desafiado o
alerta e foi capturada. Com ela, viajavam Clara, um motorista e um
segurança. No momento da detenção, todos foram dispensados, exceto
Ingrid, mas a deputada teria se recusado e disse que ficaria,
afirmando que qualquer coisa que acontecesse com Ingrid deveria
acontecer com ela. Assim, os integrantes do Bloco Sul acabaram
levando as duas.
De acordo com o relato de Diana, as
prisioneiras gozavam de certa liberdade no acampamento e jamais
ficaram amarradas, o que possibilitou, por duas vezes, tentativas de
fuga. Essa "liberdade” também permitiu que Clara engravidasse
de um dos guerrilheiros, que trabalhava como guarda. Como esse tipo
de relação não é permitido na guerrilha, tudo teria acontecido às
escondidas e por livre e espontânea vontade de Clara, apesar de esta
ter declarado arrependimento, posteriormente.
Ao descobrir a gravidez, conta Diana,
Clara e Ingrid brigaram e romperam relações por algum tempo. Por
outro lado, a gestação teria sido motivo de alegria entre os demais
prisioneiros, que começaram a confeccionar roupas e utensílios para
o bebê. Mas, segundo Diana, a futura mãe não expressava alegria,
pelo contrário, tinha incontroláveis ataques de fúria e batia na
barriga, dizendo querer perder o bebê. A guerrilheira lembra que
Clara gritava que não sabia como iria explicar ao país a existência
daquela criança. Durante esse período, a atual deputada teria
ficado sob cuidado e observação.
Conforme o relato, Clara teve um
parto difícil, pedia para morrer, e não conseguiu expulsar a
criança naturalmente, pois dizia não ter forças. Os enfermeiros,
mesmo sem prática, fizeram uma incisão e retiraram a criança, que
teve o braço fraturado. A partir daí, os cuidados com ambos foram
redobrados. Várias mulheres teriam amamentado o bebê, pois Clara
não tinha leite, e oferecido todos os cuidados necessários, tendo
também ensinado a mãe a como trocar fraudas, banhar e alimentar.
Diana conta que a criança passou
três dias chorando muito, o que fez com que Ingrid pedisse que
retirassem o bebê da mãe, pois alegava que Clara o estava
maltratando e ia deixá-lo morrer. Pediu, pelo menos, que as
guerrilheiras que levavam alimento para a criança verificassem como
ela estava. Após o pedido aceito, foi descoberto que o bebê se
encontrava com testículos e pênis em carne viva e que o braço
fraturado não estava com a atadura.
Depois disso, Clara só poderia estar
com a criança duas vezes por dia. Em um desses momentos, ela teria
machucado, propositalmente, o braço fraturado do filho. Após o
episódio, ela só teve permissão para ver a criança de longe.
Quando o enfrentamento contra o
Exército colombiano ficou intenso, foi decidido que a criança seria
colocada sob os cuidados de uma família camponesa. Diana lembra que
a decisão, sem dúvida, foi temporária e autocrática, mas
necessária em virtude da natureza do confronto que se desenvolvia.
Em 2008, Clara foi libertada
juntamente com Consuelo González de Perdomo. Ambas foram entregues a
uma delegação humanitária do Comitê Internacional da Cruz
Vermelha e ao governo venezuelano. Hoje, Clara Rojas é representante
da extrema-direita na Câmara colombiana e se apresenta como vítima
da guerrilha. "Com a mão no coração, posso dizer-lhes que ela
não tem esse direito”, reclama Diana.
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Fonte Adital
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A seguir, texto completo en español.
¿Es Clara Rojas una víctima de las FARC-EP?
Escrito por FARC-EP.co
«La aventura fue grande, pero pudimos cumplir con nuestra misión, conduciendo todos los prisioneros a salvo»
Presentación
Desde el
momento en que Alberto Martínez, un curtido mando del Estado Mayor
del Bloque Oriental, asumió el mando de la Compañía encargada de
la seguridad de los prisioneros de guerra, Diana, su compañera
sentimental, se sumó también a la misión. En sus propias palabras,
registramos buena parte de sus recuerdos de aquellos días.
Vale hacer
notar que en la guerrilla, por cuenta de la trasmisión oral, se
conocen muchas cosas de la vida colectiva, así sucedan a centenares
de kilómetros. El Mono Jojoy, dedicaba una hora diaria,
sagradamente, a dar una charla informativa al personal de su compañía
de guardia. Era casi rutinario que a dicha charla asistiera también
el personal de tres, cuatro o más compañías del área circundante,
a las que él ordenaba recoger con ese sólo propósito. De ese modo,
el personal conocía de primera mano las incidencias del resto de las
unidades de las FARC-EP.
Es así como
la situación de los prisioneros de guerra era ampliamente conocida
por buena parte de los guerrilleros de los bloques Oriental y Sur.
Así como también quien era asignado a las unidades bajo cuya
responsabilidad se hallaban esos prisioneros, terminaba enterándose,
por el relato de los demás, de las distintas circunstancias vividas
con ellos en los días y meses anteriores. De allí que la veracidad
de lo relatado por Diana esté casi por fuera de cualquier duda.
Desde luego
que existen versiones distintas, suministradas por los desertores de
la organización que han decidido ponerse al servicio del enemigo.
Son las menos creíbles, porque persiguen el propósito fundamental,
exigido además por los servicios de inteligencia militar, de enlodar
lo más posible la causa, las intenciones y las actuaciones de los
integrantes de nuestro organización, con el expreso propósito de
desprestigiarnos. Esas versiones pasan a hacer parte de las llamadas
operaciones sicológicas, un arma de guerra enseñada por todos los
manuales de contrainsurgencia elaborados en los Estados Unidos. Su
credibilidad es cero.
En cuanto a
las versiones de los prisioneros en libertad, todas procuran destacar
la propia actuación personal, en contravía de la realidad,
esforzándose por hacer de sus captores unos monstruos, en
concordancia con la llamada corrección política: nadie que se
exprese en buenos términos de la guerrilla puede ser respetable. Los
grandes medios, y la presión de las llamadas fuerzas oscuras, se
encargarán de hacérselo entender a quienes pretendan ponerlo en
duda. Esa opresión resulta más terrible que la que hubiera podido
sufrirse en la selva, porque es abierta y silenciosa, clandestina y
pública a un mismo tiempo, y se practica en el propio entorno social
del afectado. Corroe, destruye integridades económicas y morales.
Nadie quiere asumir ese riesgo.
-
Equipo Editorial Resistencia
En medio del
desarrollo del Plan Patriota, orientado y dirigido por Álvaro Uribe,
dimos cumplimiento al plan emanado por el Secretariado Nacional del
Estado Mayor Central De las FARC-EP. Preservar la vida de los
prisioneros de guerra.
La retención
de Ingrid Betancur y Clara Rojas fue cumplida en el área del Bloque
Sur. En ese momento ya se le había dado aviso a los políticos en
campaña presidencial, para que no hicieran presencia en el área de
la antigua zona de despeje. Ingrid Betancur decidió desafiar a las
FARC, viajando a san Vicente, lo cual termina en su larga
aprehensión. Ella viajaba con el chofer, Clara y creo que un
escolta. Al explicarles que es ella la que queda retenida, que los
demás se pueden ir, Clara Rojas rehúsa irse y por su propia
determinación decide quedarse con Ingrid. Afirma que cualquier cosa
que le suceda a Ingrid también debe ocurrirle a ella. En ese momento
parece un gesto de lealtad personal a su amiga y compañera de
política, en el que insiste de modo enfático. Más adelante se
sabría que era mucho más que eso. Tanto insistió que terminó
quedándose.
Por su
condición de mujeres y su extracción social, los mandos acordaron
un trato preferencial hacia ellas. Las dos gozaban de algunas
libertades en el campamento, jamás estuvieron atadas. Eso permitió
que en dos ocasiones se dieran a la fuga, siendo recapturadas por el
personal que salía en su búsqueda. Mientras permanecieron en el
Bloque Sur sucedió lo del embarazo de Clara. Allí conoció ella al
papá del niño, uno de los guerrilleros que se desempeñaba como
guardia. La cuestión es sencilla, se gustaron y pasó lo que pasó,
a las escondidas, claro, ese tipo de relaciones no se permiten en la
guerrilla, ni creo que en ningún ejército del mundo. Para qué
hablar más de eso. Clara se entregó a él por su libre voluntad.
Aunque tal vez se arrepintiera después.
El Mono
repetiría en muchas charlas que de acuerdo con la versión de Clara,
ella sólo había conocido dos hombres en su vida. Al primero, que la
había defraudado por completo, y ahora al muchacho que la embarazó.
Hasta entonces, la relación sentimental que ella sostenía desde
mucho antes de su captura con Ingrid, se había mantenido dentro de
las dificultades normales que se producen en ese tipo de relaciones.
Ingrid se llegó a quejar varias veces del excesivo acoso de Clara,
hasta plantear que no quería dormir más con ella. Pero la noticia
del embarazo del Clara causó serias diferencias entre ellas. Ingrid
no entendía que ella se hubiera enamorado del papá del niño.
Aquello las llevó a reñirse, a romper su relación. Ingrid duró un
buen tiempo sin volver a dirigirle la palabra.
Cuando fueron
puestas a disposición del Bloque Oriental, el encargado de la unidad
era Martín Sombra, el hoy renegado de las FARC. Cuando su captura,
Martín Sombra se hallaba desertado de las FARC, después de
muchísimos años de militancia guerrillera. Él había sido de esos
que llamaron bandoleros, liberales de los años 50, una persona con
muchas desviaciones en su cabeza, que a pesar de eso logró
sobrevivir y permanecer en las FARC. Siempre se le conoció aquí
como un mitómano, un mentiroso de vocación, al que sólo el Mono o
el camarada Manuel lograban mantener bajo control. Viejo y enfermo,
decidió renunciar a la lucha, a cambio de darse la gran vida que
nunca pudo darse aquí. Hoy lo miman los del gobierno y el Ejército.
Pero en esos
días, seguro que por su antigüedad en filas, se le encargó de los
prisioneros. Él, por su propia cuenta, siguió dejando sueltas a
Ingrid y Clara en el campamento, violando las orientaciones del Mono,
quien, enterado de su comportamiento en el Bloque Sur, había
ordenado mantenerlas más controladas. Ingrid y Clara se comportaban
bien, hacían tortas de chocolate para celebrar los cumpleaños, no
sólo de ellas o los prisioneros, sino incluso de los guerrilleros de
la guardia. Pero un buen día intentaron escaparse cuando se
encontraban en baño. Ingrid es una buena nadadora, y estando algo
alejadas de la orilla, acordó sumergirse con Clara, nadando ambas
hasta salir bien abajo. Cuando los guardias se dieron cuenta, ninguna
de las dos aparecía por ninguna parte. Se envió a buscarlas y les
encontraron fácilmente el trillo. Era invierno y había barro. De
ahí en adelante se decidió poner fin a las preferencias con ellas,
sencillamente se las introdujo al interior de la cárcel. Sombra, tal
y como acostumbraba, había violado las órdenes, ahora se vio
obligado a cumplirlas.
Los demás
prisioneros no tomaron a mal el embarazo de Clara. Cuando se
enteraron, más bien se pusieron contentos y comenzaron a elaborarle
ropita, juguetes hechos de potes usados de Neofungina, el talco que
se les dotaba para los pies, zapaticos, gorros, todo lo necesario
para un niño. La propia Ingrid terminó haciéndole un cargador. La
mayoría de los prisioneros le fabricaron objetos al niño, lo mismo
los guerrilleros.
Pienso que el
trato recibido por los prisioneros fue el más adecuado desde el
punto de vista humano. La vida en la guerrilla puede resultar
demasiado dura y primitiva para la gente de la ciudad, más si se
hallan habituados a ciertas comodidades muy superiores a las de la
mayoría de la gente. Nosotros estuvimos siempre en medio de la
selva, a veces a decenas y hasta centenares de kilómetros de
cualquier lugar poblado donde se pudieran conseguir las cosas
necesarias para un grupo humano tan considerable. Además hay que
tener en cuenta que nuestro abastecimiento debía ser efectuado en la
clandestinidad, para evitar ser localizados. Eso impone retos muy
difíciles, al tiempo que cierta prioridad en la satisfacción de las
necesidades. Hay que aprender a privarse de muchas cosas elementales
que no resultan tan vitales.
En la selva
no hay carreteras ni caminos, quizás trochas para mulas de carga o
por donde transitar a pie, con un peso de varias arrobas a la
espalda, con destino a un campamento. Utilizar los ríos y las
quebradas implica conseguir y mover canoas, motores, gasolina,
aceite, hacerse a una infraestructura compleja y usarla
correctamente, pues siempre hay aviones y helicópteros procurando
localizar cualquier movimiento desde el aire. Y también gente que
puede delatar a cambio de una promesa de dinero por parte del Estado.
Entonces nada es fácil, los sacrificios que tienen que realizar los
guerrilleros son muy grandes. Eso lo tienen muy poco en cuenta los
prisioneros, a quienes nunca faltó la comida, la dotación de vestir
y para dormir, las medicinas más básicas, los útiles de aseo
personal y todas esas cosas.
Era lógico
que las cosas se pusieran más difíciles si el enemigo lograba
conocer nuestra ubicación y lanzar sus operaciones por aire y
tierra. Tropa por todas partes, aviones echando bombas sin importar
un comino si mataban a los prisioneros, rastreo y seguimiento
permanentes, ráfagas de ametralladora lanzadas por helicópteros,
desembarcos sobre la ruta que llevábamos. La estadía en sitios
fijos tenía que llegar a su fin, se acababan los campamentos, había
que permanecer en marcha, en movilidad total, en disposición de
combate. Responder por la vida, la integridad, la salud y la
seguridad de los prisioneros se tornaba mucho más complicado en esas
condiciones. Y sin embargo se hacía, bajo la lluvia y entre el
barro, bajo el sol más implacable, en la oscuridad de las noches.
Algo que muchos no pueden comprender es que la guerra es muy dura, en
medio de tantas dificultades no puede haber hoteles de cinco
estrellas.
En cuanto a
la alimentación, en medio de los bombardeos, ametrallamientos, y el
despliegue por tierra del Ejército, el suministro de víveres se
realizaba al hombro de las tropas guerrilleras, o en lancha, hasta
llegar a su destino que era la unidad encargada de los prisioneros de
guerra. Los víveres se componían de leche, aceite, carbohidratos,
verduras, tubérculos (yuca, ñame, etc.), proteínas, granos,
enlatados, incluso otros artículos para la dieta de algunos
prisioneros, como el caso de Géchem y uno de los norteamericanos,
que no recuerdo cual.
Ingrid
Betancur convocó en dos ocasiones a los demás prisioneros a
declarar huelga de hambre, con el pobre argumento de que la tenía
aburrida la misma comida. Era cierto que a medida que el operativo
militar se incrementaba, el abastecimiento se hacía más difícil,
ya no llegaban frutas y otros artículos como antes. Eso resultaría
comprensible para cualquiera, menos para ella. Los policías y
militares no se sumaron nunca a la huelga, tampoco los demás
políticos. Sólo Ingrid y Clara. Si no me engaña la memoria, creo
que lo máximo que aguantaron fue dos días, pero porque comían a
escondidas de lo que guardaban de reserva. Se cansaban pronto y se
quitaban las camisetas de la huelga. Entonces, desde la hora del
desayuno, comían abundantemente, hasta pedir incluso más sopa y
arepa, de las que antes detestaban.
Cuando
teníamos campamento en medio de la selva, alrededor de él se
mantenían las reses que se mataban cada 15 días, para el suministro
de carne. Teníamos 250 gallinas, muchos patos, se mantenían de 20 a
30 cerdos. Contábamos con una panadería, con todo lo necesario para
la elaboración del pan, y se hacía pan integral para los enfermos.
Se les prestaba servicio de odontología, enfermería y peluquería.
Había una biblioteca con buena literatura y documentos nuestros, a
los cuales tenían acceso los prisioneros. Había televisión con DVD
para presentarles películas. Teníamos a nuestra disposición 3
canoas con motores para el transporte y varias motosierras para
tumbar y arreglar la madera necesaria para las instalaciones. La
seguridad interna de los prisioneros era prestada por guerrilleros
hombres, en parte porque eran mayoría con relación a los mujeres
asignadas, y en parte para evitar que se repitiera lo que aconteció
en el Bloque José María Córdoba, donde una muchacha se dejó
seducir y luego escapó con un prisionero. Las mujeres estábamos
asignadas a la seguridad externa, y a cumplir con los muchachos los
trabajos necesarios en el campamento.
En cuanto a
la salud, se contaba con instalaciones sanitarias adecuadas al
hábitat en que vivíamos. A los prisioneros siempre se les
solucionaban los casos de salud, como las enfermedades tropicales del
área, la planificación e incluso enfermedades diagnosticadas antes
de su retención, según las solicitudes de algunos prisioneros, como
diabetes, PA, problemas de colon, etc. Aun con las dificultades
descritas, se les suministraban los medicamentos necesarios.
En su momento
llegó la orientación de que Clara Rojas fuera nuevamente excluida
de la cárcel, por su avanzado estado de embarazo. No voy a decir que
fuera por maldad, seguramente se debía a las presiones sicológicas
que sufría por causa de su estado en esa situación, pero lo cierto
era que había que permanecer sumamente vigilantes con ella. De
pronto era poseída por una arranques incontrolables de nervios que
la conducían a golpearse fuertemente la barriga, con el propósito
declarado de perder el bebé. Al tratar de calmarla, gritaba
enfurecida que ella no iba a poder explicarle al país el nacimiento
de ese hijo. Se le organizó un dormitorio aparte, cerca de la
enfermería, y le fueron asignadas dos guerrilleras y dos enfermeros
para su cuidado, al igual que para la preparación de sus alimentos.
Sus arrebatos eran constantes, nos gritaba e insultaba, nos trataba
mal, se golpeaba la barriga, botaba los alimentos que le llevaban,
nos llamaba violadores. Fue una verdadera odisea aguantarla hasta el
momento del parto.
Una vez le
comenzaron los dolores, se pensó que iba a tener un parto normal.
Pero su actitud fue totalmente negativa, les gritaba de todo a los
enfermeros. Ellos le indicaban que pujara y ella respondía que no
podía, que se sentía débil, que la dejaran morir, que no quería
seguir viviendo, y que una vez muerta se la enviaran a la mamá. En
ese momento nuestra responsabilidad era salvarla y salvar a la
criatura, y se hizo todo cuanto estuvo al alcance para lograrlo. El
conocimiento de los enfermeros en cuanto a cesáreas no era
suficiente, y tampoco se contaba con el instrumental quirúrgico más
adecuado. Pero con la mejor disposición se pusieron a la tarea de
salvarlos a los dos. Tras practicarle una incisión vertical y buscar
la criatura, por su extraña quietud, los enfermeros pensaron que el
bebé estaba muerto. Entonces se esforzaron por salvarla al menos a
ella, para lo cual procedieron a extraer al bebé cuanto antes. En el
forcejeo por conseguirlo, el niño sufrió la fractura del brazo.
Pero lo cierto fue que ello lo condujo a reaccionar y moverse, por lo
que los enfermeros descubrieron que aún vivía. Entonces se
dedicaron a extraerlo con el mayor cuidado, logrando salvarle la
vida, tanto a él como a su madre.
Ella tuvo que
permanecer cerca de una semana con la incisión abierta, por causa de
una infección que le cayó por causa de alguna bacteria. Se le
aplicaron todos los cuidados médicos posibles, hasta que finalmente
se logró curarla. Pero luego vino el problema de que no le bajaba
suficiente leche para amamantar al bebé, además de que ella no
tenía la menor idea de cómo hacerlo. Por entonces había una
muchacha, Yency, a quien todavía le bajaba leche. Era la compañera
sentimental de Sombra por esos días, y ella se hizo cargo de
alimentar al niño, lo cual logró hacer durante un mes. Luego la
sucedió otra compañera, Marta, y finalmente otra, hasta que se les
secó la leche a todas las que le bajaba. Entonces la alimentación
de la criatura continuó con leche S-26 de tarro. El camarada Jorge,
El Mono, había ordenado abastecer con leche, pañales desechables y
de tela, ropa, cremas, jarabes, en lo posible todo lo necesario tanto
para el bebé como para la madre. Todo eso se le suministró a ambos.
Se decidió
entablillarle el brazo al niño, lo que procuró hacerse de la mejor
manera. Pero Clara se mostraba siempre muy ruda con él, y lo
lastimaba con frecuencia. Después de la recuperación, se permitió
que Clara permaneciera durante dos meses en el campamento. En ese
tiempo, las muchachas que cuidaban el niño se dedicaron a enseñarle
todo lo relacionado con su cuidado: cómo había que bañarlo,
cambiarle los pañales y la ropa, prepararle el tetero, cómo alzarlo
para que el brazo no se le lastimara, cuáles eran los horarios en
que dormía el bebé. También le insistieron mucho en el aseo
personal de ella misma para evitar cualquier infección.
Luego volvió
a la cárcel con el niño. Transcurrieron 3 días durante los cuales
el niño lloraba mucho. Entonces Ingrid pidió audiencia para hablar
con el encargado de la unidad, ya para entonces el camarada Alberto,
pues se había ordenado relevar a Sombra. El planteamiento de Ingrid
fue que le quitaran el niño a Clara, porque a su juicio ella, pese a
ser su madre, o lo dejaba morir o lo salía matando. Si aquello no
resultaba posible, pedía que al menos las guerrilleras encargadas de
llevarle el alimento al niño, lo revisaran detenidamente pues era
seguro que tenía algo.
En atención
a su solicitud se dispuso la revisión del bebé. Clara había sido
muy descuidada, le había dejado dar pañalitis, y no sé de qué
grado, pero lo cierto era que tenía los testículos y el penecito en
carne viva, y su brazo se hallaba desentablillado, morado, y salido
del sitio. Informado de eso el camarada Jorge, se recibió la
orientación de mantener al niño en el campamento, para curarlo y
cuidar de él como era debido, llevándoselo a la mamá dos veces al
día, para que lo viera y mimara.
En una de las
ocasiones en que le llevan el bebé, Clara lo agarra y lo aprieta con
rabia, lastimándole de nuevo el bracito. Entonces se lo siguen
llevando, pero por fuera de la malla, para que solamente lo vea.
Igual, en un descuido, las muchachas siempre son nobles y se lo
acercan demasiado, Clara le aferra el brazo enfermo con fuerza, con
mala intención. Esta vez su afectación fue más grave, porque al
niño ya le estaba soldando la fractura y con el brusco jalón, le
quedó el brazo casi colgando en el musculo. Al obligarla a soltar la
criatura, Clara comenzó a gritarnos cosas terribles, a insultarnos,
se jalaba el pelo, golpeaba la malla, parecía completamente
enajenada. A partir de ese momento se le prohibió todo contacto
directo con el niño, se lo llevaban sí, pero para que lo viera de
lejos.
Al bebecito
le sanó definitivamente el brazo, pero le quedó torcido. No
teníamos recursos para practicarle una cirugía de corrección, esas
son cosas de especialistas. Con el tiempo la propia Clara solicitó
que le permitieran una audiencia con el encargado. Cuando se la
conceden, solicita respetuosamente que le dejen tener el niño,
comprometiéndose con todos los argumentos posibles a no volver a
hacerle daño. No se accedió completamente a su solicitud, se le
tenía desconfianza, cada vez que se le permitió tenerlo había
terminado lesionándolo. En sus frecuentes momentos de depresión
aseguraba que ella no quería a ese niño, que esa criatura le había
desgraciado para siempre la vida.
Ya me referí
al cambio de las condiciones de reclusión. Por fortuna para Clara,
para el bebé y para todos, lo anterior tuvo lugar mientras estuvimos
establecidos en el campamento en medio de la selva, en los límites
entre el Caquetá y el Guaviare. Pero en el 2004 arreció el Plan
Patriota, y por esas cosas de la guerra, un desertor que se vuela, va
y se entrega al Ejército, suministrándole la información sobre
nuestro paradero. La orden del Mono no se hizo esperar. Era necesario
evacuar el campamento por completo y emprender la marcha en dirección
al Séptimo Frente, en los límites con el departamento del Meta.
Una compañía
móvil de guerrilla podría cumplir esa orden sin mayores
complicaciones, pero para nosotros, con el grupo de prisioneros,
varios de ellos enfermos y desmoralizados, con mujeres y hasta con un
bebé de brazos, atravesar semejante extensión de selva, cargando a
la espalda todo lo que fuéramos a necesitar, resultaba sumamente
difícil. Varios de los prisioneros, quienes no sabían lo que
sucedía y a los que tampoco se le podían dar muchas explicaciones,
parecieron ponerse de acuerdo para complicar más las cosas.
Un
guerrillero promedio debe cargar en su equipo a la espalda entre dos
y tres arrobas de peso, aparte de sus fornituras, parque, granadas y
fusil que debe portar a todo instante por necesidad. Una marcha por
la selva puede comprender, en un día, entre diez y veinte o más
kilómetros a pie, en dependencia de los obstáculos que encuentre,
como rebalses, ríos, filos empinados y demás. Y debe cumplirse así
llueva, truene o haga el más ardiente de los soles. Mientras todos
caminen y carguen no hay mayores problemas de los normales.
Pero otra
cosa sucede cuando hay enfermos, gente que no puede caminar, o cargar
con su dotación a cuestas. El peso que deberían llevar estos hay
que repartirlo entre los demás. Si hay que cargar a alguno en
hamaca, debe destinarse un grupo de seis para ello. Dos, liberados de
todo peso, levantarán en sus hombros la vara a la que se ata la
hamaca que carga al enfermo, y a toda la velocidad que puedan andar,
intentarán avanzar el trecho más largo posible, digamos, medio
kilometro, o algo así, hasta que su cuerpo no de más. Entonces
descargarán la hamaca sobre los hombros de otros dos que van a
relevarlos. Y estos un trecho adelante en los terceros. Mientras unos
cargan al enfermo, los otros cuatro se echan a remolque, encima de su
propia dotación, los equipos y las armas de los que cargan,
marchando inmediatamente atrás de ellos. No se descansa, cuando se
descarga al enfermo sobre los otros, hay que echarse encima el propio
equipo y la dotación de los que cargan al enfermo. El único
descanso se produce cuando hay que soltar ese peso para cargar la
hamaca con el enfermo. Esa es una tarea que requiere fuerza, energía
y determinación sin igual. Generalmente la cumplen hombres, aunque a
veces hay muchachas con la fortaleza física para medírsele también
a esa tarea.
Pues bien,
varios de los prisioneros, entre ellos el ahora General Mendieta, a
quien vale aplicar aquella sentencia de que llora como mujer lo que
no fue capaz de hacer como hombre, declararon que no se sentían en
condiciones de marchar por entre la selva. Se declararon enfermos
gravemente incapacitados. La propia Ingrid Betancur, siempre tan
estirada, decidió alegar en su beneficio, que ella tampoco estaba en
disposición de ponerse a caminar. Según dijo, ella estaba muy bien
en su casa y nosotros la teníamos aquí contra su voluntad. Así que
también se sumó a la huelga. Exigió que la cargáramos o la
dejáramos ahí. No fue un momento fácil. Sabíamos que el Ejército
avanzaba por tierra hacia el sitio y que en cualquier momento
comenzarían los bombardeos, ametrallamientos y desembarcos de tropa.
Si ahora
escriben libros, cuentan historias dramáticas o reclaman
indemnizaciones, lo hacen olvidando que siguen con vida gracias a que
los guerrilleros de las FARC decidimos enfrentar todas las
dificultades con ellos encima, antes que abandonarlos en medio de la
manigua donde no habrían sobrevivido ni un par de días. Aparte de
los que hubo que cargar en hamaca por necesidad o por capricho,
tuvimos que asignar dos guerrilleras para que se hicieran cargo del
niño, cuidando que nada pudiera afectarlo.
Los propios
norteamericanos prisioneros plantearon que en esas condiciones
resultaba imposible encender radios transistores para la seguridad de
todos. Un avión podía ubicarnos por la señal que emitieran. Y
también recomendaron otras medidas, con el objeto de evitar que
fuéramos a ser víctimas de los bombardeos aéreos. Sabían que en
esas circunstancias, como habían vivido ya en el pasado, el Ejército
colombiano no haría distinción entre guerrilleros y prisioneros. La
orden de Uribe era quitar ese problema de encima, si había que matar
los prisioneros con todo y guerrilleros mejor para él. Las muertes
siempre serían adjudicadas a la guerrilla, en eso los grandes medios
de comunicación no fallarían.
Por eso en
adelante se restringirían muchas cosas, empezando por los radios,
las linternas y luces en las noches, el resplandor y el humo de los
fogones, la secada de las bolsas plásticas al sol, etc. También es
justo decir que cuando se habló con todos los prisioneros sobre las
nuevas condiciones, la mayoría adoptó una actitud distinta a la de
Ingrid y Mendieta. Comprendieron de qué se trataba y se mostraron
dispuestos a afrontarlo.
Marchamos
durante días y semanas en medio del invierno por la selva, guiados
con una brújula, un mapa, un transportador y un compás. Nos habían
dado las coordenadas de la ruta, y aunque cargábamos un GPS, ese
tipo de aparatos eran muy nuevos para nosotros y ninguno sabía
usarlo correctamente. El camarada Alberto pidió permiso al Mono para
que uno de los norteamericanos nos explicara y él confirió la
autorización. Recomendó que le pidiéramos el favor al más viejo,
pero éste no supo explicarnos o no le entendimos, porque su español
era muy deficiente. Nos tocó seguir con las herramientas que
teníamos. Nos abastecimos en los equipos de economía, carne,
gallinas, el menaje, o sea las ollas, los casinos o carpas para la
rancha, palas, hachas, manilas, planta eléctrica; gasolina,
medicinas, municiones, la alimentación para el niño, todo lo
necesario.
Iniciamos la
dura caminata por la ruta trazada, rompiendo por entre la selva y
desconociendo los obstáculos. Sólo sabíamos que el Ejército ya se
encontraba en el área y que debíamos tener mucha disciplina pues
podríamos tropezar con alguna patrulla. Es de recordar que el Plan
Patriota se caracterizó por el alto número y el gran tamaño de las
patrullas que penetraban a la selva, batallones completos de
contraguerrillas, divididos en dos o tres columnas separadas unos
cien metros entre sí, para auxiliarse mutuamente en caso de entrar
en combate.
El Mono, que
siempre estaba pendiente de nosotros por la radio, orientó al
camarada Alberto que dejara tres guerrilleros en el campamento, con
comunicación permanente con nosotros, para que sembraran minas en
los accesos al mismo. Ese comando sería a su vez nuestra
retaguardia, con la consiga de marchar tres días después de haber
salido nosotros. Como eran pocos, no tardarían en alcanzarnos. Su
tarea fundamental era borrar cualquier rastro nuestro.
Teníamos dos
días de marcha cuando escuchamos con toda claridad disparos y ruidos
de mortero en dirección al lugar donde estaba el campamento. Eran
las quince horas. Desde ese momento el comando no volvió a
reportarse por la radio. Hasta entonces habríamos avanzado unos
catorce kilómetros. El Ejército ya se encontraba en el lugar de
nuestra partida dos días atrás. Después supimos que de ese comando
sobrevivieron dos muchachos, un guerrillero y una guerrillera, que
duraron perdidos durante un mes completo en medio de la selva,
sosteniéndose con el agua de las cañadas y las pepas y cogollos que
sabían se podían comer. Aparecieron, vestidos de jirones, en una
compañía de combate nuestra que los acogió con alegría.
El camarada
Jorge decidió enviar compañías de combate en nuestro auxilio, unas
para que retuvieran el avance de la tropa y otras para encontrarnos y
apoyarnos. Pero para eso iba a ser necesario que transcurrieran
varios días. A partir de ese momento comenzó el sobrevuelo de
helicópteros y aviones por sobre la selva en que nos movíamos.
Alberto pidió permiso al Mono para cambiar la ruta, y él nos dio su
consentimiento. Alberto sacó el mapa y comenzamos a buscar una ruta
que nos condujera al cruce más angosto del río Tunia, que
conocíamos como La isla del sol. Señalamos la ruta en el mapa y nos
dispusimos a avanzar.
Antes de
partir, se acordó que 8 unidades quedaran como retaguardia en ese
sitio. Con el propósito de perder por completo el trillo a la tropa
que nos seguía, nos metimos a un rebalse y comenzamos a avanzar con
el agua a la cintura y a veces al pecho. Así anduvimos todo aquel
día. Era tan dificultoso el tránsito con carga, que Ingrid prefirió
descender al piso y comenzar a caminar. El bebé lloraba de manera
incesante, había muchas espinas que herían el cuerpo. Cuando
pasaban los helicópteros sobre nosotros, Ingrid se ponía como loca,
y comenzaba a gritar con todas las fuerzas que ahí estábamos. Esa
situación, por encima de lo ridícula, pues resultaba imposible que
la escucharan, exasperaba a los demás prisioneros, militares,
policías y políticos, que le exigían encarecidamente que se
callara. Comprendían que ese tipo de actitud ponía en peligro la
vida de todos, y la reprochaban por esas ocurrencias absurdas.
A las 17
horas logramos por fin salir del rebalse. Para cualquier rastreador
resultaba imposible encontrar un rastro en la selva tras esa
maniobra. Casi todas las gallinas llegaron muertas. Todos teníamos
la piel cubierta de sanguijuelas, la dolorosa y repugnante plaga de
los pantanos. Al único que no se le subió ninguna fue al bebé,
seguramente que porque nunca se rozó con el agua. Unos fuimos a
buscar leña y pelarla, otros a explorar en todas las direcciones
posibles. Los enfermeros se dedicaron a ayudar en la extracción de
las sanguijuelas, los prisioneros fueron guiados a tomar un baño.
Ubicamos un área para pasar la noche y Alberto se dedicó a trazar
la ruta del día siguiente. Todo eso tocó hacerlo muy rápido, pues
se prohibió alumbrar lo más mínimo después que oscureciera. No se
podía hacer la menor bulla. Pusimos bejucos por los caminitos para
guiarnos hasta los puestos de guardia, sanitarios y caletas. Nos
ubicamos por guerrillas.
También hubo
que regresar tres guerrilleros, para encontrar a los 8 que quedaron
atrás. Volvimos a reuniros todos. A las 4: 15, en la madrugada, ya
estábamos todos listos, al lado de los equipos, en silencio.
Preparábamos de una vez el desayuno y el almuerzo. Las muchachas
cargaban agua hervida para prepararle los alimentos al niño y para
darle a beber para la sed. Ese día salimos tarde porque se
prepararon todas las gallinas que llevábamos y fritamos además la
carne para que no se dañara.
En esas
condiciones, Clara, conmovida, se dirige a Alberto y le manifiesta
que si quiere, ella también puede ayudar a llevar al niño. Y como
alternativa le plantea que las muchachas que lo carguen caminen al
lado de ella, o que la dejen a ella caminar al lado de esas
muchachas. Alberto le dice que si se comporta adecuadamente con el
niño, se le permitirá cargarlo durante los momentos de descanso.
Pero le advierte en forma terminante que no puede maltratarlo en lo
más mínimo, ni mucho menos intentar matarlo, como lo ha hecho
varias veces. Ella da su palabra.
En las
marchas Alberto daba los grados a la vanguardia, que se componía de
7 e iba adelante con la brújula. La seguíamos otros 6, con
machetes, abriendo camino porque el terreno estaba cruzado de
bejucos. Era dificultoso avanzar con el enfermo que se cargaba en la
hamaca. Los de la brújula nos la rotábamos, caminando 40 minutos al
máximo de velocidad, y haciendo paradas para esperar la llegada del
personal. Comenzamos a encontrar los trillos de las patrullas del
Ejército.
A los pocos
días nos llevamos un buen susto. De brujulera iba Mariela y yo la
seguía. Unos diez metros atrás venían los otros. A eso de las once
de la mañana, estando al borde del barranco que caía al río, oímos
un tropel un poco adelante. Inicialmente pensamos que se trataba de
una danta. Al avanzar un par de pasos más, vimos mover unas hojas
del lado de abajo. Lo que fuera se dirigía exactamente hacia
nosotras. Paramos y le hicimos seña a los de atrás para que se
quedaran quietos, porque venían abriendo camino. Al detallar hacia
adelante percibimos que se trataba de gente. Nos tendimos de
inmediato. En esos momentos hasta la respiración le parece bullosa a
una, ya no había tiempo para avisarle al grueso del personal,
teníamos los bultos encima. Mayor fue nuestro susto cuando vimos
uniformes chispeados, enseguida pensamos en el Ejército.
Preparamos
nuestras armas para disparar, cuando vimos a uno hacerse a un lado.
Vestía sudadera negra y un suéter de color azul. Las palabras que
decía hacían parte del vocabulario nuestro. Esperamos otro poquito
para verificar, y conocimos un camarada de nombre Jeferson. El alma
nos volvió al cuerpo, pero teníamos el problema de cómo hacer para
pararnos sin que ellos nos fueran a disparar, pensando que éramos
enemigo. Hasta que nos levantamos las dos mujeres y dijimos en coro,
Jeferson. Ellos se tendieron y se quedaron quietos, sin decir nada.
Nosotras avanzamos hacia ellos, y así fue como no dispararon, pues
venían en busca de nosotros.
Fue la
primera compañía que nos encontró. Ya con ellos se hacía más
fácil el avance porque cubrían a los laterales y nosotros
marcharíamos en el centro. Bueno, después de ese susto, nos
encontramos con el obstáculo del cruce del rio Tunia, que se
encontraba crecido porque era el mes octubre, temporada de invierno.
Llegamos a la orilla y enviaron a buscar unos potrillos (canoas
pequeñas de madera). Solo encontraron uno en el que cabían apenas
dos personas. Para pasar dos compañías así, nos demoraríamos
mucho. Entonces extendieron las manilas de orilla a orilla del rio y
nos cruzamos agarrados de ellas. Para cruzar los equipos hicimos
motetes con ellos, al bebé lo cruzamos en el protillo. Habíamos
llegado a ese sitio a las doce, sólo a las dieciseís terminamos de
pasar.
En la
compañía de nosotros llevábamos una perra que se quedó al otro
lado y comenzó a ladrar. A las 20 la cruzaron. Al día siguiente
salieron las exploraciones y encontraron trillo fresco del Ejército,
lo cual nos obligó a desviar la ruta. La perra sin duda olfateó la
presencia cercana de la tropa y comenzó a ladrar mucho. No hubo
manera de hacerla callar, así que nos tocó tomar la dolorosa
decisión de matarla. A partir de ese día se desencadenó por
completo el invierno, pisábamos a cada rato el trillo del Ejército,
así como ellos encontraban el nuestro con frecuencia. Nos comenzamos
a llenar de nuches, leishmaniosis, ronchas feas por la picudura de
las sanguijuelas, gripa, las provisiones se nos fueron agotando.
La aventura
fue grande, pero pudimos cumplir con nuestra misión, conduciendo
todos los prisioneros a salvo. Aquello es ahora apenas un recuerdo,
que muchos, y más ahora, con lo de La Habana, pretenden utilizar
contra nosotros. Estoy segura que en lo del niño de Clara no hubo la
mínima intención de maldad o de engaño por parte de las FARC. En
el Séptimo Frente se recibió la orden de dividir los prisioneros en
varios grupos. Ya nunca volverían a estar todos juntos. La guerra
arreció en adelante con toda la intensidad, algo que muy pocos
pueden siquiera imaginar en qué consiste. La decisión de poner el
niño de Clara bajo el cuido de una familia campesina, obedeció sin
duda alguna a una decisión temporal e inconsulta, que se
correspondió a la naturaleza de la confrontación. Por eso mismo no
pudo volver a recogérselo como se lo esperaba.
Clara Rojas
es ahora Representante a la Cámara, en representación de la
ultraderecha. Se presenta como una víctima nuestra. Con la mano en
el corazón, puedo decirle que no tiene ese derecho.
Montañas
de Colombia, 1 de septiembre de 2014.
Fuente:
www.anncol.eu